Mensaje de bienvenida

En esta sección se ofrecen algunos cuentos de mi autoría. También encontrarás poemas, ensayos y opiniones varias. No pretendo "saber" escribir, más allá de lo aprendido en la escolaridad primaria y secundaria. Tampoco, advierto, tener "un mensaje" que trasmitir, pues creo que ya está escrito todo lo importante que deba decirse y que ello parece exigir una preparación o erudición de la que carezco. Me cae bien aquello que escribió Anthony de Mello en el "Canto del pájaro" y que dice algo así como que el pájaro canta porque es su naturaleza cantar, y no porque tenga un mensaje que trasmitir.

En mi caso, libre de decir que no asistí a clase alguna de escritura, lo hago, sin embargo, impelido por la tenaz presión de locos dáimones internos, que moran desordenadamente en los mundos infiernos de mi inconsciencia, contra los que pese a mis honestos esfuerzos nada consigo para evitarlo o poner algún orden. ¡Quién puede hacerlo!

Tal vez haya algo que pueda entretener al lector, tal vez sirva a algunos para ensayar la crítica, tal vez a algunos le resulte agradable alguna producción. Ninguna de esas opciones constituyen una meta por mi parte.

Serán valorados y muy respetados los comentarios que se envíen, cuando sean decorosos. Reciban mis deseos de paz y de todo lo mejor.

EAM.

jueves, 13 de junio de 2013

LA LUZ DIVINA



Yo le pedía a Dios que perdonara mis pecados y me diera un poco de Luz.

Dios me preguntó para qué quería yo su Luz, que ella era muerte segura y perdición si no estaba preparado para verla, purificado por el dolor.

Le contesté que siempre, desde niño, la deseaba sin saberlo. Que la busqué en la Biblia ya a los 12 años, la perseguí visitando los templos de diferentes cultos, hablando y preguntando a sus gentes. Creí acercarme a su lejano resplandor en la Iglesia, luego en el misticismo, en la Rosacruz, en el Martinismo, leyendo Cábala, leyendo alquimia. Lo busque en las rutas de los Templarios, la busqué en las Logias y Cofradías.

¡Toda la vida, le dije, busqué tu Luz!

¿Qué harás con ella? me inquirió Dios.

-¡Servir al mundo! Dije. ¡Consolar al afligido! ¡Curar al enfermo! ¡Socorrer al necesitado! agregué. ¡Predicar la misericordia, especialmente para aquellos tentados de perturbar la paz! clamé.

Dios, el infinitamente poderoso, glorioso y misericordioso, pareció satisfecho. Me sonrió apenas, pero mi alma se embriagó de un placer inefable, una felicidad indescriptible, con ese atisbo de Su divina sonrisa.

De seguido me ordenó ¡Extiende tus manos, recibirás  la primer cuota de Luz!  Nadie, ni Moisés ni Jesús la recibieron toda de una vez. Así pues, te la entrego apagada, tú la activarás. Ella se te revelará y brillará de a poco, cada vez más.
Serás examinado luego regularmente para ver si mereces nuevas entregas.
Mis manos extendidas esperaban ansiosas, iba a recibir la Luz de Dios, la Sabiduría Divina, aunque en una primera entrega! ¡ El corazón no entraba en mi pecho, el alma parecía a punto de salir por mi boca!  Ávidas, mis temblorosas manos esperaban la divina dádiva.

Dios me llenó ambas manos con una montaña de  mierda.
...

La sorpresa que sentí fue tan enorme como la repugnancia, ambos sentimientos y el putrefacto hedor  me desmayaban, pero luché por mantenerme lúcido.

Dios se había disipado.

Primero prevaleció el asco. Un rechazo absoluto, categórico.  Esta es una broma pésima. Este no puede ser de Dios. Fue una alucinación, me dije.


Se fue la inmediatez y al asco siguió un esbozo de reflexión (mis manos sostenían la rezumante mierda aún, tratando de no volcarla por las dudas -  me la había dado Dios- cálida, suave, como una pena).

Pensé en Moisés, pensé en Jesús. Tremendo esfuerzo el de Moisés, 40 años de luchas que no se coronaron con la tan  soñada entrada en la Tierra Prometida. ¡Cuán grande habrá sido su dolor!  Tremendo el dolor de Jesús. ¿Que dolor, que injusticia humana, que humillación, que bofetada,  escupida o castigo no padeció?

Pensé que cada vez que me visitó el infortunio, en cada revés, en cada desgracia dije, como todos ¡Qué mierda!

Entendí, avergonzado, que no hay iluminación sin cruz, sin dolor, sin renuncia. Entristecido por la profunda oscuridad de mi alma enana, que tomó, por un momento siquiera, el don de Dios, la Luz Divina, por asquerosa mierda, comprendí que Dios no bromeaba. Y eso ya era una incipiente iluminación.

Tampoco puede Él faltar a las Leyes de la Vida de Su autoría.

Pedí Luz y me la dio aunque con una apariencia despreciable. Como siempre, los verdaderos tesoros están cubiertos de envoltorios que desdeñan los “sensatos”.

Recordé Su divina sonrisa y el embriagante efecto que produjo en mí, que jamás olvidaré.

Soñé esa noche con Dios. Me sonreía nuevamente, Su brazo extendido con el puño cerrado elevando el pulgar.

                                                                    Eduardo Morguenstern,  Junio 2013